El sonido de aquel viejo reloj me despertó, marcaba justo
las doce, un nuevo día había comenzado, me perdí viendo cómo ese viejo y pesado
péndulo bailaba al compás de un “tic toc”, siempre amenazante el sonido del
tiempo, que advierte que no ha de detenerse ni siquiera a la más insistente de
las súplicas. Solamente un pestañeo y ya habían pasado varios años, desde su esquina imponente y retador, seguía apresurándome para cambiar la página.
En repetidas ocasiones habíamos tenido aquella plática, él
presionando para que siguiera adelante y yo, aferrada en el pasado. No podía terminar
de pensar en argumentos para no dejarle atrás, pero el reloj siempre ganaba con
la única razón que importaba, con la única premisa lógica, simplemente se
limitaba a repetir: - “Déjalo ir, él ya te olvidó”
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